jueves, 30 de enero de 2020

Nadie es tan guapo como su foto de Facebook

Esta semana me enteré de que el Vaticano declaró venerable siervo de Dios a José Antonio Plancarte y Labastida, fundador de la congregación religiosa Hijas de María Inmaculada de Guadalupe. Conceder el estatus de venerable es el primero de tres pasos en el camino del sacerdote mexicano rumbo a la santificación, el segundo sería interceder en la realización de un milagro para declararle beato.

La noticia estaba acompañada de una fotografía de Plancarte que llamó mi atención. Me costó trabajo reconocerle en ella. A diferencia del limpio y pálido rostro que se muestra en las imágenes que se veneran y resguardan en todos los edificios de la congregación que fundó, el rostro que ahora veía resultaba menos esculpido, menos idealizado, con la boca grande, los surcos nasogenianos marcados y los arcos cigomáticos prominentes. He aquí las dos imágenes: 

José Antonio Plancarte y Labastida no muy retocado.

José Antonio Plancarte y Labastida en imagen coloreada y retocada.
La diferencia entre estas dos imágenes me recordó la enorme diferencia que existe entre las fotografías no retocadas de Benito Juárez, el Benémerito de las Américas, y las pinturas o grabados con las que suele representársele. He aquí dos imágenes que ilustrarán claramente a qué me refiero:

Benito Juárez García sin retoques.

Benito Juárez García con retoques modelando para los billetes de $500.
Esta situación es parecida a lo que frecuentemente observamos en las redes sociales, donde las personas eligen como fotos de perfil aquellas que más filtros tienen y más deforman su verdadero rostro, pero que les acercan más al ideal de belleza en boga: tomadas en ángulos que ocultan la papada, sobre expuestas para generar una tez blanquecina y retocadas para desaparecer las manchas de paño, los lunares y las cicatrices de acné. No en balde se dice que "nadie es tan feo como su fotografía del INE, ni tan guapo como su foto de Facebook". Algunas aplicaciones llevan esta situación al paroxismo utilizando filtros que afilan la barbilla, resaltan los pómulos, blanquean la piel, dan lustre a la conjuntiva, aclaran el iris y delinean las cejas.

El abuso de los filtros y retoques en las fotografías fue tema de conversación y burla en las redes sociales el año pasado a raíz del supuesto secuestro de una chica. En las redes rápidamente se difundieron alertas de desaparición con fotografías descargadas desde su perfil de Facebook, sin embargo, cuando se difundieron fotografías tomadas desde cámaras de seguridad que demostraban que no se encontraba desaparecida, la evidente disparidad entre las imágenes fue cruelmente exhibida en memes.


Este suceso me recordó la anécdota de una amiga que todos los días se toma varias selfies para cambiar su foto de perfil de Whatsapp, no sin antes ensayar varias poses y varios filtros. En alguna ocasión su madre le preguntó, inocentemente, quién era la mujer que aparecía en su perfil. Aunque mi amiga le explicó que era ella misma, su madre no le creyó, convencida de que su hija le estaba jugando un broma.

No sólo los usuarios comunes de las aplicaciones de retoques caemos en el abuso, también lo hacen los profesionales de la fotografía. Hace unos días recogí unas fotografías de estudio que fueron notoriamente retocadas. La imagen fue sobre expuesta, por lo que el color moreno de mi piel se aclaró; se le dio una tonalidad roja, con la intención (supongo) de dar calidez a la imagen pero al mismo tiempo dio un toque de sonrojo a mi rostro; al momento de hacer las tomas las gafas me fueron retiradas so pretexto de evitar los reflejos de las luces, por lo que las marcas claras que dejan las varillas de mi lentes a la altura la sien fueron removidas digitalmente; las cicatrices de acné en mis mejillas fueron desaparecidas; igualmente quitaron las cicatrices y los grandes poros de mi nariz; para colmo la barba rala y dispareja que me caracteriza fue retocada, en la zona del maxilar inferior me fue implantada barba digitalmente quedando tan delineada como ningún barbero podría haberlo hecho. A duras penas me reconozco en esas fotografías.

¿Qué necesidad había de hacerme esos retoques? ¿Qué motivó a la fotógrafa a modificar la imagen? ¿Por qué una artista como ella considera que el cliente estará satisfecho con un retrato que no refleja la realidad?

Cierto es que todas las culturas, en distintos lugares y en distintas épocas, aspiran a un ideal de belleza. Pero considero que en México, como país conquistado, aspiramos a un ideal de belleza ajeno, exótico, importado de Europa. De manera automática, sin reflexión, "suavizamos" los rasgos de nuestros próceres, blanqueamos y esculpimos a nuestros santos, aclaramos nuestros ojos en Facebook, delineamos nuestra barba en nuestros retratos de estudio y nos parece normal y quizá hasta deseable. 

¿Pero qué caso tiene distorsionar una imagen si nuestro ser, nuestro cuerpo, nuestro rostro no se ajusta a ese ideal exótico? Quizá nuestra sociedad vive un permanente sentimiento de inadecuación y de insatisfacción. Quizá por ello, según la  Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética, durante 2017 México fue el cuarto país con mayor número de cirugías estéticas, sólo después de EUA, Brasil y Japón, países, todos ellos, con mayor número de habitantes.

No lo sé. A lo mejor debo dejar de pensar todo esto y debo agendar una cita para implantarme barba, otra con el dermatólogo cosmético para que desparezca mis cicatrices y poros, una más con el cirujano oftalmólogo para eliminar los anteojos, además de acudir con el dermatólogo de Michael Jackson para blanquear mi piel. Así ya podré parecerme un poquito a mi retrato.


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